MIRADOR | Bajo su propio riesgo

En un caserío, en la orilla más agreste de la laguna de Yuriria, encontré una casa sin habitar con la puerta sólo emparejada.

Por Saúl Juárez

En un caserío, en la orilla más agreste de la laguna de Yuriria, encontré una casa sin habitar con la puerta sólo emparejada.

PUBLICIDAD

Pedí permiso a los vecinos para dormir en ella una noche.

—Bajo su propio riesgo —contestó la anciana—. Desde hace tiempo nadie ha querido entrar, ni siquiera los gatos.

—El individuo que la ocupó por última vez, salió despavorido y ahora anda por los caminos como sombra viviente —informó un hombre joven

PUBLICIDAD

—Usted sabrá qué hacer —retomó la mujer—. Nosotros no somos nadie para otorgarle permiso, pero tampoco para negárselo.

Estaba tan cansado que entré a la casa salitrosa con la intención de dormir bajo techo. Me eché en el suelo del cuarto más grande y dormí de inmediato.

Desperté horas después con el apuro de largarme de inmediato, pero la puerta de salida y las ventanas habían desaparecido. Traté de gritar para pedir ayuda, pero nada salía de mi garganta.

No había salida, las horas se convirtieron en días de terror. Era un infierno en el que me resultaba imposible comprender cómo era que seguía vivo sin beber y sin ingerir alimento. Pasadas dos semanas, atenté contra mi vida con mi navaja, pero no me pasó nada, yo ya no tenía sangre en el cuerpo

Durante una noche especialmente aterradora, sentí que una especie de alimaña empezaba a devorarme por dentro. Comencé a convulsionar, estaba a punto de morir y, en ese preciso instante, logré gritar y vi que ahí estaban de nuevo la puerta y las ventanas.

Salí y hoy deambulo por los caminos de la laguna. Un par de veces me he cruzado con otros como yo, sé que ellos durmieron en esa casa. Nos parecemos tanto que sería imposible diferenciarnos.