Copérnico Vega, colaborador La Voz de Michoacán La balada del triste peregrino, del actor, director y joven dramaturgo Rubén Ángel, es una obra profundamente conmovedora y llena de resonancia que emana de las páginas de un antiguo cuento ruso, El soldado y la muerte, del folklorista Alexander Afanasiev, y que encuentra nueva vida en nuestras propias tierras y voces al ser reimaginado a través de las tradiciones, signos y significantes de Michoacán. En este texto dramático, la trama sigue al ermitaño Tsanda, quien se prepara para su muerte, y al guerrero Thariata, quien lucha contra sus demonios para preservar lo que ama. Ese cruce cultural, ese diálogo entre mundos tan distintos y al mismo tiempo tan cercanos, es lo que da vida a esta obra. Porque la dramaturgia —y quienes trabajamos cerca de ella lo sabemos— no es solo poner palabras en la boca de un personaje. Es un acto profundo de escucha, de transformación y, sobre todo, de responsabilidad con el mensaje que queremos entregar al público. El proceso creativo que dio lugar a esta obra se percibe intenso, generoso y comprometido. Rubén Ángel no se limitó únicamente a adaptar un cuento: lo abrazó, lo escuchó y lo dejó hablar con las voces de nuestros pueblos. Peter Brook lo dijo con claridad: “Adaptar una obra es más que traducir sus palabras; es traducir su alma”. Y eso fue exactamente lo que hizo. Le dio cuerpo y raíz mexicana, le dio rostro michoacano, y con ello, le dio nueva vida. Isabel Allende afirma que “contar historias es una forma de compartir el alma del mundo”. La obra que aquí nos convoca logra precisamente ese cometido: nos aproxima, desde el artificio narrativo, a lo más esencial de lo humano. Lo hace no solo mediante personajes bien construidos o tramas envolventes, sino, sobre todo, a través de un tejido simbólico que remite a la memoria colectiva y a los valores que conforman el imaginario cultural compartido. En este sentido, la ficción se convierte en un espacio de resonancia, donde los ecos del pasado dialogan con los dilemas contemporáneos, y donde la sabiduría cultural se actualiza en nuevas formas expresivas. A lo largo de su andar, Tharhiata, el guerrero, encuentra señales, voces que simbolizan el desconcierto interior, la confusión que se esconde tras cada elección que hacemos. A veces lo alientan, otras lo confunden. Y es en esos encuentros donde el relato se vuelve espejo: lo que él vive nos recuerda nuestras propias encrucijadas, esos momentos en que nos detenemos a mirar atrás con nostalgia o adelante con miedo. Porque la tristeza del peregrino no es solo suya. Es la de todos los que alguna vez sintieron que caminaban sin rumbo, que el destino era una fuerza ajena y que la voluntad propia era una antorcha que apenas alumbraba un palmo del camino. La balada del triste peregrino no solo nos cuenta una historia: nos enfrenta a preguntas esenciales sobre la vida, la muerte, el destino y la voluntad. Nos lleva, como su protagonista, a caminar por senderos oscuros, pero también profundamente humanos. Y en ese andar, nos invita a mirar nuestras propias decisiones, nuestras propias tristezas, nuestras propias búsquedas. Es, ante todo, una metáfora de la existencia, un eco de aquellas preguntas que nos acompañan en silencio desde el primer paso: ¿quiénes somos, hacia dónde vamos, por qué elegimos los caminos que elegimos? Lejos de proponer una representación superficial de la realidad, La balada del triste peregrino se inscribe en una tradición literaria que comprende la narración como forma de conocimiento. Al explorar conflictos éticos, afectivos y existenciales desde una perspectiva culturalmente situada, permite no solo una identificación emocional, sino también una reflexión crítica sobre los fundamentos de nuestra identidad y nuestras prácticas sociales. La ficción se revela, así, como una instancia de mediación entre lo individual y lo colectivo, entre la emoción subjetiva y la estructura simbólica que la sostiene. Arthur Miller decía: “El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma.” Y es cierto. El teatro, cuando es honesto, cuando es urgente, como en esta obra, no solo nos entretiene: nos revela, nos sacude. Este libro no es solo para leerlo: es para sentirlo, para imaginarlo en escena, para escucharlo con el corazón abierto. “El teatro es poesía que se sale del libro para hacerse humana”, nos decía Federico García Lorca. Y ese es el espíritu de esta obra: una poesía que se hace cuerpo, se hace gesto, se hace comunidad. Copérnico Vega, es actor, mimo, director e investigador teatral. A lo largo de su trayectoria ha formado parte de las compañías Los Clásicos del Teatro y es fundador de la Compañía Expresión Teatral. Es autor del libro José Manuel Álvarez, biografía crítica.