Rodrigo Daniel Hernández Medina, colaborador La Voz de Michoacán La historia oficial de Acámbaro ha sostenido que esta población indígena se «fundó» en 1526 por el cacique de Jilotepec don Nicolás de San Luis Montañez. Sin embargo, esta afirmación se apoya en un solo documento y en algunas copias de éste, elaborados entre los siglos XVII y XVIII, plagados de imprecisiones y anacronismos. Se trata de lo que los especialistas llaman “falsos históricos”: textos que aparentan ser testimonios originales pero que, en realidad, fueron construcciones tardías. En ellos se reflejan visiones otomíes de la conquista del Bajío, copiadas y difundidas por la orden franciscana como una forma de defender su primacía eclesiástica en la región. El ejemplo más conocido es el titulado “Fundación del Pueblo de San Francisco Acámbaro”, incluido en la crónica franciscana de Pablo Beaumont (1771–1780). Según el propio cronista, se trataba de la transcripción de un documento del convento de Santa María de Gracia, copia a su vez hecha en 1761 por el escribano de la República Luis Antonio Alejo. En el Museo de Acámbaro aún se conservan otros textos de este tipo, como un supuesto “título original de fundación”, probablemente elaborado en el siglo XVII, y una copia realizada en 1839 por Patricio Gabriel Sotelo. Estas versiones narran la batalla contra los chichimecas en el llano del Derramadero Grande, la instalación de una cruz de sabino, la traza de las calles y la construcción del convento y acueducto por frailes franciscanos. Sin embargo, más que crónicas fidedignas, son relatos que consolidan una memoria otomí de la conquista, en la que destaca la figura de Nicolás de San Luis como conquistador y fundador. Ahora bien, ¿qué dicen otros documentos de la época que no reproducen esa versión? Al menos tres testimonios permiten ver un panorama más complejo. El primero es la Relación Geográfica de la Provincia de Acámbaro (1579–1580). Allí se menciona que el convento franciscano se fundó unos cuarenta años antes, hacia 1539–1540, y que existían dos hospitales, uno de otomíes y otro de tarascos, atribuidos a Fray Juan de San Miguel alrededor de 1550. Estos datos sitúan la congregación del pueblo en la década de 1540, y no en 1526. El segundo documento es una probanza del pleito de tierras en Chamacuero (1543), donde los indios de Acámbaro declararon que las estancias de San Agustín y San Lucas ya eran sujetas de la cabecera antes de la llegada de los españoles. Pero cuando se concedió la merced a doña Leonor de Alvarado para fundar Chamacuero, se ordenó reunir a los indios “derramados”, algunos de los cuales fueron a Acámbaro y otros a Apaseo. Este testimonio confirma que la congregación se realizó en los primeros años de la década de 1540, dentro de la política impulsada por el virrey Antonio de Mendoza, que buscó concentrar poblaciones antes de que la epidemia de 1545–1548 frenara el proceso. El tercer testimonio es un documento recuperado en Puebla y donado al Museo de Acámbaro en 2009, validado con sello real en 1711. Aunque en sus primeras páginas repite la fórmula de que la fundación ocurrió en 1526 por un cacique llamado Nicolás del Águila, el texto cambia de tono en las siguientes secciones. Allí aparece Simón del Águila, cacique y gobernador de San Miguel Combai (Acambay), relatando cómo halló el lugar despoblado y solicitó permiso para poblarlo. Más adelante, un apartado fechado en 1569 indica que los habitantes podrían elegir gobernadores y regidores, con una firma atribuida a don Luis de Velasco. A diferencia de las “Relaciones de Nicolás de San Luis”, aquí sí encontramos correlato con la realidad regional: el apellido “del Águila” coincide con el de Diego del Águila, primer gobernador de la República de Naturales de Acámbaro, cuyas tierras dieron origen al Mayorazgo de San Cristóbal–Parácuaro y más tarde al Marquesado de San Francisco. La arqueología también aporta claves importantes. Los asentamientos prehispánicos de la región se ubicaban en los cerros del Chivo, del Toro y de la Soledad. El traslado de estas poblaciones hacia el valle, bajo la traza colonial, ocurrió en medio de resistencias y abandonos, en un proceso violento que solo puede entenderse como conquista, congregación y refundación. Pero este no podría ser previo al de Tzintzuntzan, ocurrido en la década de 1530. En conjunto, estas evidencias muestran que, más que una “fundación” con fecha precisa, lo que hubo fue un largo proceso de desplazamiento, congregación y resistencia indígena, impulsado hacia 1540. Reconocerlo no solo matiza nuestro mito fundacional, sino que nos permite comprender que la historia de Acámbaro es la de una transformación profunda, resultado de la conquista y de la tenaz persistencia de sus pueblos originarios. Hacerlo, además, nos deja una copiosa deuda con Fray Juan de San Miguel y otros que, al no aparecer en el mito fundacional, han sido olvidados por la historia acambarense. Rodrigo Daniel Hernández Medina es Maestro en Historia internacional por el CIDE (Centro de Investigación y Docencia Económicas) Realizó investigación sobre migración y masculinidades entre campesinos de la zona norte de Guerrero. Tiene experiencia en archivos nacionales e internacionales, así como en trabajo de campo etnográfico rural y urbano en distitnas regiones de México y Brasil. Actualmente es doctorando en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de Michoacán.