Liliana David, colaboradora La Voz de Michoacán Unos colibríes hechos de barro, del mismo material con el cual los dioses crearon a los frágiles seres, me hicieron recordar aquella leyenda sobre cómo los antiguos creadores dieron vida a esta pequeña ave para llevar los pensamientos y deseos de un lugar a otro. Mientras recorría los pasillos de la Casa de México en España, ubicada en Madrid, me detuve por un instante para apreciar una bella artesanía que representa a varios de esos picaflores revoloteando alrededor de una vasija. Con curiosidad, me acerqué a leer la ficha informativa para conocer el lugar de su elaboración. Para mi grata sorpresa, resultó que venía de Santa Fe de la Laguna y estaba elaborada por tata Nicolás Fabián Fermín. Al fortuito hallazgo, le añado mi reparo en la palabra «tata», que en purépecha significa ‘señor’, ‘papá’ o ‘abuelo’. De modo que la imagen de esas mágicas aves y el nombre de quien firmaba la artesanía michoacana motivaron mi interés en conocer más sobre la historia que había detrás de ella y su creador, el maestro artesano Nicolás Fabián, quien desde hace 26 años abrió las puertas de su taller Ahuanda, que significa ‘cosmos’, ‘cielo’, ‘firmamento’ en la lengua del pueblo purépecha. Pieza en exhibición en Casa México en España. Fotografía: Liliana David Cédula museográfica de la pieza exhibida en Casa México en España Ubicado en el municipio de Quiroga, a 27 kilómetros de Pátzcuaro, donde precisamente Vasco de Quiroga, también conocido como «tata Vasco», estableció en 1533 el primer hospital de la región, se encuentra el «Cosmos», el taller de artesanías desde el cual don Nicolás mantiene vivo el oficio de los alfareros, una tradición con la que ha convivido desde su infancia, como él mismo me cuenta: «Nosotros nacemos aquí y crecemos con el barro; desde nuestros abuelos y padres, se ha preservado este antiguo oficio y, aunque todos nos dedicamos a diferentes cosas, siempre estamos inmersos en la alfarería. Crecí en el seno familiar donde mi mamá trabajó mucho con este material, y siempre vi eso en mi casa». La casa de don Nicolás es, además, un espacio de convivencia amistosa al que llegan visitantes de distintas partes del país y del mundo, aunque él confiesa que los compradores más recurrentes de sus piezas son los de Francia y Estados Unidos. No tiene recelo en que todo aquel que lo visita conozca de primera mano cómo elabora sus artesanías y el tiempo que dedica a su creación, ya que, «si mi trabajo vale algo, es precisamente porque todas mis piezas llevan mi firma», admite el artesano michoacano. En su taller familiar, donde lo acompaña su esposa «nana» María del Rosario, don Nicolás no sólo trabaja y muestra su quehacer, también enseña a los niños el oficio y el valor de la alfarería, un arte siempre impregnado del espíritu estético y religioso que sobrevive en la cultura prehispánica. Aunque muchos de estos objetos mantienen su uso decorativo, ostentan una gran belleza y, sobre todo, un simbolismo que evoca la relación del artesano con su entorno natural, con su comunidad originaria. Esto es lo que el señor Nico retrata en cada una de sus piezas, como él mismo refiere: «Todas mis creaciones son originales y representan lo que vemos alrededor de nosotros, la naturaleza, lo que comemos, lo que a uno lo alimenta, como el maíz, pero también lo que alimenta el alma». Su labor como artesano se fue enriqueciendo a través de sus constantes participaciones en ferias y concursos tanto estatales como nacionales, de modo que fue su artesanía la que lo llevó a recorrer distintos rincones, entre ellos: Tlaquepaque, Tonalá, Dolores Hidalgo, Tenancingo y otros lugares de la república mexicana. «Vi mucha artesanía externa y eso me alimentó -reconoce-. Pero, además, al cumplir los 30 años, estudié cerámica y practiqué el acabado en esmaltes de baja y media temperatura. También mantuve mi curiosidad por ir a los museos de Morelia a ver piezas de la llamada cultura tarasca, y luego coincidí con varios artesanos de la región, incluidos los de Zinapécuaro, Chupícuaro, Tzintzuntzan. También conocí a los grandes alfareros de Huáncito, Patamban, Ocumicho, Cocucho, y de aquí también, de Santa Fe». Así, de la admiración por las piezas de otros artesanos michoacanos, el maestro Nicolás empezó a explorar con sus propios diseños, por lo que aquello que inició como una inspiración, acabó forjando un estilo propio que ahora lo identifica en la región: «Cuando iba a las comunidades, me gustaba admirar sus piezas, ver de qué materiales estaban hechas, cómo era el acabado, el decorado, el detalle, así que empecé a experimentar y eché a perder mucho para llegar a lo auténtico, a la creación propia, que me identificaría como ceramista. Pero como alfarero, empecé primero a experimentar con la técnica de bruñido, que es universal, no es privativa de ninguna parte, pero exploré diseños más contemporáneos, diseños muy míos, y fue lo que me dio un sello personal. Desde entonces, utilizo varios colores, como el rojo natural, el rojo intenso, el color café, los negros totales y les aplico el manchado moteado. Mi cerámica tiene esa variedad». Fotografía: Enrique Granados Al preguntarle sobre la pieza que se encuentra en exhibición en la Casa de México en Madrid, donde por fortuna pude admirar por primera vez su artesanía, el señor Nicolás me revela que se trata de una obra con la que ganó un premio en el concurso de alfarería, realizado en el marco del aniversario de Morelia en 2024. Y aunque él ya no cuenta todos los premios que ha conseguido a lo largo de su vida, admite que su mayor logro es poder elegir hoy los espacios a donde llevar sus piezas. Por otra parte, como él mismo afirma, lo que más le colma su espíritu es impartir talleres a los niños, pues le gusta incentivar entre las nuevas generaciones la enseñanza del oficio del alfarero, en el que él mismo ha sido un precursor dentro de su comunidad. El maestro Nicolás Fermín se siente afortunado porque su trabajo es reconocido también dentro de Santa Fe, donde todos saben quién es. Gracias a ese reconocimiento, el encargado de la Ruta de Interpretación de Don Vasco seleccionó el año pasado varias piezas para exponer en Madrid y, entre ellas, la suya: «Nos dijeron que querían llevar algunas obras para allá, y el muchacho encargado, que tiene muy buen gusto, seleccionó mi pieza». La olla de colibríes con motivos florales forma parte de la colección de la Fundación Casa de México en España. Esta artesanía, que surgió de una colaboración en su taller, recoge la simbología del colibrí, una criatura que, me explica el artesano, «representa el alma de quienes retornan del más allá a nuestro mundo». En este sentido, el retrato que le hizo el fotógrafo michoacano Enrique Granados a don Nicolás me devuelve una verdad ineludible: que solo nuestra obra nos trascenderá. Mientras, sigo contemplando su hermosa pieza; sus colibríes petrificados en barro me recuerdan que estamos hechos de esa misma mezcla de tierra y agua, dos elementos sin los cuales sería imposible la vida. Liliana David es Doctora en Filosofía por la UMSNH. En 2001, comenzó su trayectoria como periodista cultural en los principales diarios del estado (Provincia, Sol de Morelia y La Jornada Michoacán). Del 2006 al 2013, fue reportera de la sección de cultura en La Voz de Michoacán y, tras siete años de diarismo, inició sus estudios de posgrado en la Maestría en Filosofía de la Cultura de la UMSNH, participando en Congresos y Seminarios internacionales tanto en México como Argentina y España. Desde el 2021, colabora en larevista española Contexto (Ctxt) y en Diario Red. Ha publicado en el libro colectivo Ctxt, una utopía en marcha, editado bajo el sello de Escritos Contextatarios. Actualmente, tiene interés en la investigación de las relaciones entre la literatura y la filosofía, la identidad y la migración, así como en la divulgación del pensamiento a través del periodismo.