ENTREVISTA | “A los 60, soy lo que he querido ser”: Músico moreliano Juan Alzate

Para alguien como Juan Alzate, quien recién cumplió 60 años y ha dedicado buena parte de su vida a tocar jazz, este género musical es, simplemente, su vida, una forma de relacionarse con los demás

Foto: Víctor Ramírez

Víctor E. Rodríguez Méndez, colaborador La Voz de Michoacán

Hay quienes piensan que el jazz ha sido siempre algo más que música: una forma de expresión y libertad. Más aun, hay quienes aseguran que el jazz es la última música por descubrir y que cuando se descubre el jazz todas las otras músicas quedan muy atrás. También hay gente que cree que no tienes que ser un experto para acercarte al jazz y sólo tienes que cerrar los ojos y dejarte llevar, porque hay personas que ven al jazz como la máxima seducción.

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Para alguien como Juan Alzate, quien recién cumplió 60 años y ha dedicado buena parte de su vida a tocar jazz, este género musical es, simplemente, su vida, una forma de relacionarse con los demás.

Resumir la semblanza profesional de Juan Alzate Núñez, moreliano, es adentrarse en un periplo lleno de experiencias y una intensa y constante formación musical. Y ni hablar de su experiencia como músico en diversos foros del mundo, con una interesante variedad de músicos y bandas, así como una incesante tarea docente en varias escuelas y como gestor cultural. Juan Alzate se ve como una persona que una vez definió lo que quería hacer, y lo ha logrado al día de hoy con todas las vicisitudes que ha significado.

“Me siento muy contento porque nunca he tenido dudas de lo que he querido ser y hacer en la vida”, dice el músico en entrevista. “Finalmente, soy lo que he querido ser”. Su vida, puntualiza, la ha definido alrededor del jazz, enfocada en el sonido del saxofón; su forma de pensar, por tanto, está ligada a la improvisación y espontaneidad, a obtener resultados a veces muy diferentes a los buscados inicialmente.

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Descubrió el jazz a los 8 años escuchando en la radio a Benny Goodman, especialmente la pieza “Moonglow”. Se imaginó entonces tocando el clarinete e, incluso, se veía en un escenario desde esa edad. Recuerda también que en casa de su abuela ensayaba un grupo de rock con influencia jazzística de uno de sus tíos, y ahí Juan escuchaba los instrumentos en vivo. Sin embargo, el saxofón llegó finalmente a los 14 años, a insistencia de su madre, quien le reafirmó la sugerencia regalándole el disco Time Out de Dave Brubeck, del que le impresionó sobremanera escuchar la interpretación y el sonido de Paul Desmond. Luego, su madre le obsequió un saxofón tenor Selmer americano modelo Bundy y ahí empezó todo: sus estudios, sus viajes, sus grabaciones, sus conciertos. Todo.

Sus influencias van desde Benny Goodman, Paul Desmond, Charlie Parker y John Coltrane hasta Bob Berg —quien lo hizo entender el concepto de Coltrane— y, la más importante, Jan Garbarek, quien le ha marcado su ideal de sonido. “Él logró un lenguaje y una forma de expresar su música que no se parece a nadie; a veces suena a música medieval, a veces suena a música hindú o árabe, pero su sonido para mí es lo más perfecto que hay”.

—Bill Evans decía: “Me saca de quicio que la gente quiera analizar el jazz como si fuera un teorema intelectual. No lo es. Es sentimiento”. ¿Qué opinas al respecto?

—De acuerdo. Es más sentimiento porque a veces haces un acorde que no sabes ni qué es, pero suena muy interesante, o haces una escala extraña, pero tiene una justificación, si quieres sensorial. Cuando te pones a analizar los solos de los grandes maestros, rompen todas las reglas y, sin embargo, el resultado es extraordinario. Marc Levin, que es uno de los mejores jazzistas de la historia, me decía: “Muchos de mis discos favoritos están plagados de notas falsas, de acordes que no van, de equivocaciones, pero todo suena tan musical y tan bien justificado que lo das por cierto”.

—¿Cuál crees que ha sido tu mayor desafío como artista dentro del jazz?

—El desafío más importante desde que empecé es obtener información. He tenido que aprender picando piedra y viviendo las circunstancias de estar en un lugar donde no hay la información suficiente y buscarla como pueda y con quien pueda para tener las herramientas que quiero. Ahora es todo lo contrario, hay una sobreinformación. A medida que vas creciendo te das cuenta que cada vez sabes menos, o ésa es la sensación, y por ello uno siempre está buscando más y más. El segundo reto ha sido dar a conocer mi propia música.

—¿Qué es para ti el saxofón?

—Es una extensión de mí mismo. Una de las cosas interesantes del saxofón es que es un instrumento que sale de ti, entonces todo lo que uno enfoca, ése es el sonido. Tú puedes tener la mejor marca o la más corriente de saxofones, pero a la final ése es tu sonido. Hay grabaciones de Charlie Parker en las que él toca con saxofones desastrosos, sin embargo, suena impresionante, y en todos los discos no puedes notar la diferencia, porque finalmente uno es el sonido. Ese reflejo me ha costado mucho identificarlo, pero creo que he podido encontrar el centro del sonido de lo que soy.

—Se habla mucho de la improvisación ligada inherentemente al jazz, pero, ¿qué significa la improvisación para ti?

—La improvisación en el jazz en realidad no es tal, no es al cien por ciento. Es mucho estudio y todo se da en función de cómo manejas la información y el lenguaje en general. Uno se nutre de mucha información, copiamos lo que nosotros llamamos leaks o patrones, y los giros idiomáticos o lingüísticos te ayudan para enlazar ideas. Pero cada quien las asume y las desarrolla como pueda y quiera, y eso se convierte en tu lenguaje. Lo interesante —a diferencia de otros géneros— es que tú expones el tema y luego lo empiezas a desarrollar con variaciones, como decían los músicos antiguos, y en función de esas variaciones se da tu diálogo con el resto de la banda. Por eso a veces hago la analogía de que escuchar a un jazzista es como ver una escultura de hielo: a medida que va pasando el tiempo se va deformando hasta que llega a no ser nada o ser completamente agua.

—Miles Davis decía que si eres un artista tienes que saber hacer cosas diferentes. ¿Qué hace diferente Juan Alzate como músico?

—A pesar de que toda mi música está enfocada mucho al jazz, a su sonido y a quienes lo hacen, la música clásica me gusta mucho, la barroca en especial. Me gusta mucho la fotografía, aunque lo hago de manera muy artesanal y además me gusta mucho escribir. Me gustan esos retos. Incluso, durante un tiempo pinté y dibujé. La enseñanza me gusta mucho… y la política (risas), que me viene de la línea familiar.

—¿El jazz te ha enseñado algo importante con relación a la gente?

—Sí. Es que en el jazz —a diferencia de otros géneros—, si estás en un grupo, no puedes desligarte del otro, tanto en el sentido personal como en el sentido musical; hay mucha dependencia e interacción entre lo que uno hace, cada quien asume un rol y tiene el control de todo y, dependiendo del nivel de los músicos, te responden o no. Entonces se genera una interacción muy importante. Son ideas que se van intercambiando unos a otros. Es un diálogo total, lo cual te da mucha tolerancia y hace que el vínculo social y energético sea muy importante porque te tienes que identificar con quien estás tocando.

—Esa imagen que acabas de describir suena a una sociedad pacífica e ideal…

—Wynton Marsalis, en su rollo muy norteamericano, dice que un grupo de jazz es lo que para ellos sería la democracia: cada quien dice lo que tiene que decir, nadie te lo impide y cada quien toma sus posiciones. Y al final todos están juntos.

—Dada la numerosa cantidad de artistas con quienes has trabajado y pensando en que el jazz es producto de un mestizaje cultural, ¿has descubierto una relación particular con el jazz como expresión de identidad y de tus raíces?

—Sí, claro. Es un tema muy interesante porque yo siempre he pensado que el jazz —como toda forma de arte— es universal, pero hay ciertos códigos en el lenguaje jazzístico que me dicen de dónde es cada quién. Para mí ya no es difícil identificar a un músico que es latinoamericano, se siente en su sonido y en su rítmica; esta forma de dialogar es el punto primordial de la identidad, más que mezclar el son purépecha, el son veracruzano o el son huasteco, que es importante, porque también es una parte del lenguaje. Yo como Juan Alzate no me siento tan cercano a eso, debo reconocerlo; mi influencia es totalmente urbana o de un rollo más enfocado hacia el jazz norteamericano. Para mí ha sido muy interesante encontrar esa identidad, más que mexicana, más cosmopolita, más cercana, incluso, al Caribe, que me marcó muchísimo.

—¿Qué tipo de repertorio sueles tocar o con el que te sientes más cómodo?

—Trato siempre de tocar un repertorio completo de composiciones mías, como en los festivales que es donde tú muestras tu trabajo y son un escenario específico para que la gente te escuche. Cuando toco en un club o en un bar trato de tocar un poco de lo que a mí me gusta de otros compositores de jazz fusión o jazz latino. Toco mucho de autores contemporáneos como Pat Metheny o Chris Potter, y también versiones propias de música de los clásicos.

—¿Haces una separación entre tu yo músico y tu yo artista?

—Pocas veces. Para mí están pegados. En ciertos momentos puedo hacer esa diferencia, pero son las menos.

—¿El jazz expresa libertad?

—Totalmente. Yo no podría, por ejemplo, estar tocando todo el tiempo lo mismo de la misma manera. No podría. Se me hace como estar en una camisa de fuerza. Lo he hecho, claro, pero sé que al rato me libero de eso. Por ejemplo, para mí un reto personal es montar repertorio para saxofón clásico o académico, que es como la música clásica, muy específica, muy clara y muy puntual en lo que tienes que hacer. En enero toqué con la Orquesta de Cámara de la Universidad de Querétaro un concierto que es para los saxofonistas un concierto obligado, el de Aleksandr Glazunov para saxofón alto y orquesta de cuerdas, pero la cadencia la improvisé, y una vez que terminé esa parte seguí lo que Glasunov escribió. Siempre busco esos puntos de escape.

—¿Crees entonces que en este género todos los caminos son posibles, válidos y transitables?

—Sí, definitivamente. Hay un área del jazz en la que tú haces una idea de la idea, y no necesariamente tiene que ser musical, puede ser hasta un ruido, una imagen o algo que no necesariamente tenga que estar dentro de un contexto sonoro. Eso es muy válido, es el jazz de vanguardia o el free jazz. Incluso, tocando dentro de la armonía o tocando dentro del marco de una pieza, tú puedes salir, entrar y hacer otras cosas con las ideas que te dé la banda tanto como de lo que estás viendo, estás oyendo o que se te ocurrió de repente cualquier cosa. Sí, claro, no hay límites.

¿El jazz para ti se sostiene como un género innovador en la actualidad?

—Sí. El jazz desde sus inicios es una fusión, entonces no podemos hablar de un jazz puro, nunca lo ha habido. Una de las cosas que han hecho que crezca hasta el momento es que tuvo la suerte de crecer junto al disco. A la hora de grabar ya no tienes que esperar la partitura para que sepas cómo va la cosa. Ahora ya escuchas, asimilas, ejecutas y empiezas a hacer tu propia versión del asunto. Al hacerlo de esa forma empiezas a romper moldes, lo que fue una de las grandes virtudes de Miles Davis, quien nunca se repitió a sí mismo y detestaba hacerlo, él siempre iba adelante.

—¿Hay algo que te sorprenda particularmente de la vigencia del jazz en estos días?

—Me gusta mucho, sobre todo, la expresión técnica de las nuevas generaciones, que tienen un control increíble de la técnica instrumental y la técnica musical. Uno de los problemas del jazz es que se está homogeneizando, y el reto es romper ese asunto. Por eso me llama la atención escuchar a gente contemporánea que está haciendo cosas interesantes e innovadoras.

—¿Qué pesa más en tu forma de interpretación: el instinto o el hábito?

—El instinto. Uno se fija metas y el desarrollo de ciertos aspectos técnicos del lenguaje o del instrumento, y lo hace uno en su casa hasta que lo logras dominar, entender y de alguna manera poder expresarlo, pero en el momento que estás en un escenario te olvidas de eso y haces lo que la mente te dicte. Va más a la intuición, porque en el momento que tú estás tocando, sobre todo en un grupo de jazz, dependes de lo que está pasando en el momento y tú tienes que responder a eso. Eso es lo que me gusta mucho de poder reaccionar. Y, sí, es más instinto que otra cosa.

—En resumen, ¿qué es el jazz para ti?

—Mi vida.

Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.