Irechaeri Wap’a, la versión purépecha de El Principito; una incansable labor en favor de los pueblos originarios

Publicada el 06 de abril de 1943, es considerada una de las mejores obras literarias del siglo XX

Francisco Martínez Gracián, colaborador La Voz de Michoacán

A todos mis compañeros p'urhépecha de Japontirhu, Tsakapintu, Erhaxamani ka P´ukumintio anapuecha: con mucho cariño y respeto les pido permiso para presentarles una pequeña historia, sencillita y hermosa, escrita por un hombre que pasó su vida muy solo. Su nombre: Antoine de Saint-Exupéry. Su escrito: "Le Petite Prince", que en nuestra lengua podríamos decir: 'lrechaeri Wap'a.

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         A diferencia de nosotros que nacemos, crecemos, vivimos y morimos en comunidad, él desde muy chico quedó huérfano, creciendo así sin que tuviera un papá que le guiara y sin una familia que le cobijara. Por eso en su escrito hace exclamar al principito: "¿Dónde están los hombres?... porque me encuentro muy solo en el desierto". A lo que una serpiente le contesta: "también en medio de los hombres puede uno encontrarse solo". Esto es lo que sucede cuando una se aleja de sus usos y costumbres para vivir como viven los "utusïecha".

         Antoine de Saint-Exupéry, nació en Lyon, Francia, el 29 de junio de 1900. Fue novelista y aviador, y su padre, que murió siendo muy joven, lo dejó huérfano, por lo que su tía abuela lo recogió. Cuando creció, aprendió a volar aviones. También aprendió a contar historias y a escribirlas. Su historia más importante es la que les estoy presentando. La publicó el 6 de abril de 1943 y es considerada como una de las mejores obras literarias del siglo XX. Un año después, desapareció cuando volaba sobre el mar Mediterráneo.

         El Principito cuenta el fortuito encuentro entre un piloto de aviación y un niño. El piloto, que no es otro que Exupéry, quien lo fue en la vida real, se halla varado en el desierto del Sahara, a causa de una avería de su avioneta. Por su parte, el niño es quizá la imagen de la orfandad que desde su infancia acompañó a Exupéry.

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         No será el adulto quien enseñe, sino el niño el que tome ese papel. Sucede que en su mundo los adultos ya no se hacen preguntas, puesto que creen tener todas las respuestas. En cambio, son los niños quienes poseen una mente abierta no tanto a los datos duros, sino a la imaginación, a los sentimientos, y a una generosidad tal que los hace entregarse sin pretexto alguno.

         Para nosotros, quienes sobrevivimos aún de la evicción sufrida por la conquista, hace quinientos años y también nos hallamos en terca resistencia ante los espejuelos de la sociedad mayoritaria en la que el individualismo posesivo, el poco o nulo respeto a la madre tierra, la negación de alteridad y la organización y estructuración piramidal de la sociedad la llevan a autoproponerse como arquetipo al que hay que imitar, la lectura atenta y meditada de este tesoro literario nos empuja a retomar la importancia vital de la vida comunitaria y del clan familiar y a establecer la interacción circular y horizontal como un medio sin el cual se adviene a la despersonalización y masificación a grado de que terminan por difuminarse los valores culturales e identitarios.

A través del encuentro entre Exupéry adulto y Exupéry niño, prefigurado magistralmente en este librito, se ilustra la importancia de que el 'ji' sólo se puede realizar en el 'juchá', por lo que es indispensable relacionarse de manera justa y alquitarada; teniendo presente que la alteridad es coetánea a la humanidad, que sin una relación justa y afectiva con el otro y sin una escucha recíproca, el hombre -p'urhépecha o no- pierde. En ese sentido, El Principito es una obra necesaria, siempre actual; sobre todo para esas comunidades p'urhépecha que reptan imitando las formas individualistas de la sociedad nacional.

         He aquí, como sentida ofrenda a las queridas comunidades p'urhépecha y a todos y cada uno de sus migrantes, de este libro la primera versión en nuestra lengua.

Nahuatzen, Meseta Purépecha.

Francisco Martínez Gracián, originario de Sahuayo, es doctorado Honoris Causa por la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán, en reconocimiento a su incansable labor en favor de los pueblos purépecha, ya sea para el rescate y preservación de la lengua originaria o para la resolución de conflictos y organización comunitaria en favor del bienestar colectivo.

El presbítero Francisco Martínez ha recibido otros reconocimientos, como la Presea Melchor Ocampo que otorga el Congreso del Estado de Michoacán, el Premio Estatal al Mérito Ambiental y la Presea al Mérito en Derechos Humanos 2024.