La Ley de Herodes, La Dictadura Perfecta, Las Muertas: Un recuento de la filmografía de Luis Estrada

Las historias se repiten, pero el idealismo utópico siempre mantendrá una pequeña llama encendida. Sigamos soñando

Juan Pablo Arroyo Abraham, colaborador La Voz de Michoacán

“Cuando la verdad es exacerbada deja de ser una verdad”

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No soy muy fan del cine de Luis Estrada (Ciudad de México, 1962). Su estilo satírico comúnmente ralla en lo absurdo, restándole verosimilitud a los argumentos que plantea en sus películas.

Ahora bien, como lo he dicho en repetidas ocasiones: “el cine es una cuestión de gustos”, por lo que asumo que habrán lectores que opinen lo contrario, así que aclaro desde este momento que lo que a continuación plantearé es meramente un punto de vista personal, e inclusive que esto que escribo lo hago a partir de mi visión como un espectador que desde sus entrañas “escupe” un texto fresco después de haber visto su más reciente producción, la miniserie Las Muertas, en Netflix. Pero antes hagamos un breve recuento de la filmografía de este director.

Luis se estrena como realizador en el mundo de los largometrajes en 1988 con su ópera prima El Camino Largo a Tijuana, la cual retrata a Juan, un hombre de 40 años de edad que vende autopartes en un tiradero de coches y quien al relacionarse con Lila, una joven drogadicta que está siendo acechada por sus “dealers”, decide hacer justicia eliminando a sus persecutores y liberándola de ese “yugo”. Siendo simplista y poniéndole una etiqueta a esta obra, se podría decir que es una burda mezcla entre los hermanos Almada y Tarantino.

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Con su segundo largometraje, Bandidos (1991), situada en el México revolucionario, este director narra la historia de un chico llamado Luis, que después de ser testigo del asesinato de sus compañeros del internado donde reside, decide unirse a una banda de niños delincuentes y vengar a sus amigos. De nuevo, por medio de sus personajes, Luis Estrada, “limpia” o intenta limpiar el sucio entorno que enmarca a sus historias.

Pareciera que este director quisiera corregir algo, que desea a toda costa remediar lo irremediable. Y al decir irremediable es porque en casi todas sus películas, más allá de enderezar lo torcido, Estrada nos lleva por una serie de eventos desafortunados que terminan en caos y desesperanza. O sea que nada tiene solución, las cosas ocurren y debemos lidiar con eso.

Pero es en 1999 con La Ley de Herodes, cuando sus obras adquieren un tinte político. Con esta película, ganadora de múltiples reconocimientos, entre ellos once Arieles, Luis Estrada marca su nuevo estilo tanto estético como narrativo; su cine de denuncia ya no se oculta en personajes intimistas, personajes reales por decirlo así, ahora se abre de capa y muestra su verdadero objetivo: atacar el status quo, satirizarlo y enseñarnos, desde su perspectiva antagonista, el rostro del gobierno en turno y cómo sus malas prácticas, corruptas y malintencionadas, han desfavorecido a los más vulnerables.

La Ley de Herodes nos muestra a unos indígenas habitantes del pueblo ficticio San Pedro de los Saguaros, quienes hartos de los saqueos de su Alcalde, lo ejecutan. Esto sucede en el año de 1949, cuando en nuestro país gobernaba el PRI a cargo del presidente Miguel Alemán Valdés.

Este asesinato pone en riesgo la estabilidad del partido y los obliga a tomar ciertas decisiones, entre ellas la designación de un Presidente Municipal interino bruto e ignorante cuyo nombre es Juan Vargas (interpretado por Damián Alcazar), y quien sumiso y obediente, sigue al dedillo las indicaciones del Gobernador del Estado y el Presidente de la República.

Al principio Vargas pretende instalarse en una fórmula de gobernanza honesta, buscando siempre la justicia social, pero pronto se da cuenta de que ejercer una buena praxis es imposible.

En el camino descubre todas las fechorías cometidas por sus antecesores, y al denunciarlas en las altas esferas del gobierno, recibe solo excusas, largas y explicaciones sin sentido, ya que es obvio que todos los niveles del PRI están coludidos con ese sistema corrupto y la mejor manera de mantener la tranquilidad es ocultando su “cochinero” en el baúl del olvido.

Pero, y aquí viene el “pero” que desencadena el caos, Juan Vargas no se queda tranquilo y toma la utópica decisión de confrontar a sus superiores, aliándose con el candidato a la alcaldía de San Pedro de los Saguaros, el panista Uriel Morales (Eduardo López Rojas) y a Doña Lupe (Isela Vega), dueña del burdel del pueblo. Vargas se da cuenta de que la única manera de hacer justicia es aplicando la Ley de Herodes: “o te chingas o te jodes”.

Lo que al principio se antojaba como una historia donde los malos son desplazados por los buenos, poco a poco se va transformando en un adefesio donde el justiciero se convierte en el verdugo del mal. Juan Vargas prueba las mieles del poder y se corrompe, creando así su propio modelo político-social donde ahora él es el extorsionador, el que pide los “moches” para mantener los negocios abiertos y en donde él se desempeña como el controlador absoluto del lugar. Volvemos a lo mismo: nada tiene solución, no hay futuro. El caos reina y el idealizado modelo de gobierno donde impera la justicia social, no existe.

En Un Mundo Maravilloso (2006), Luis Estrada nos vuelve a mostrar su inconformidad con la situación del país. En este caso tomando como personaje principal a un hombre humilde (cuyo nombre y apellido también es un estereotipo de la clase baja), Juan Pérez (Damián Alcazar), quien en su borrachera decide pasar la noche para resguardarse en las oficinas del World Trade Center de la Ciudad de México; cuando escucha que el encargado de limpieza se acerca hacia donde está él, sale por una de las ventanas del rascacielos para no ser descubierto. Pero lo que comenzó como un error de cálculo se convierte en todo un embrollo.

Llega la prensa, la gente, desde la calle, lo mira con horror, pensando que se quiere suicidar y esta situación llega a oídos del Secretario de Economía, quien en recurrentes ocasiones afirma públicamente que hoy México ya no tiene pobres.


Aquí viene de nuevo la torpe intervención del gobierno. Al querer silenciar a Juan le ofrecen sobornos, casa, auto y todos aquellos enseres que él siempre soñó, y con esto también cambió su forma de ser. Sus amigos de pobreza ahora eran rechazados por él. Se llenó de soberbia y experimentó, aunque solo por un breve tiempo, lo que para él era la riqueza.

Y peor aún, la clase desfavorecida, al darse cuenta del éxito de Juan, deciden llevar a cabo el “teatrito” del suicidio para obtener los mismos beneficios por parte del gobierno. Soñar es gratis, pero todo queda en eso, en una utopía que nunca de los nuncas concluirá en nada bueno. Estamos marcados y esa marca nos define.

Después viene El Infierno (2010) en donde Luis Estrada ahora critica al PAN, específicamente al expresidente Felipe Calderón con su “guerra contra el narco”, y más adelante, en el 2014, La Dictadura Perfecta, cuyo ataque se centra en Enrique Peña Nieto y Televisa. No ahondaré mucho en esto por dos razones: la primera porque la fórmula de Estrada se repite y la segunda porque deseo llegar al motivo principal de este texto: Las Muertas.

Pero antes quiero hacer una pausa en ¡Que Viva México!, película estrenada en el 2013 y en donde hasta el mismo López Obrador se quejó por su manera de retratar la podredumbre que predomina en nuestro país. En esta obra cinematográfica se cuenta la historia de Pancho Reyes, un hombre de clase media, quien al recibir un llamado de su padre informándole que su abuelo había fallecido, le pide que vuelva a su tierra natal para la lectura del testamento.

Pancho no quiere a su familia pobre pero la codicia le atrae pensando que su abuelo le pudo haber heredado alguna fortuna. Así que decide emprender, junto con su esposa y sus dos hijos, el camino hacia el pueblo. Llega ahí y se da cuenta que nada ha cambiado, que todo sigue en ruinas y que su miserable familia sigue siendo igual. Misma receta, mismo resultado: quien nace jodido permanece jodido.

Así como los personajes de Estrada se engolosinan y se atragantan con sus propios deseos guajiros, creo que en esta película a él le pasó lo mismo. ¡Que Viva México! es una película saturada de elementos visuales y narrativos, llena de clichés (no es raro en él) y en donde el foco de la trama se pierde entre tantos personajes y sus motivaciones. Tuve la misma sensación cuando vi Megalópolis (2024) del aclamado director hollywoodense Francis Ford Coppola, quien (mi opinión personal) inflado de ego y poder, decide gastar toda su fortuna en un capricho que derivó en un gran fracaso.

Y con esto quiero hacer alusión a que no sé porque razón, entre más tienes más pierdes el suelo. Le pasa a los personajes de Luis Estrada y a él mismo, le pasó a Coppola y podría mencionar a muchos realizadores que padecen del mismo mal.

Pero volviendo al origen de este texto. Las Muertas está basada en el libro de Jorge Ibargüengoitia, y aborda la historia real de las hermanas Poquianchis, dueñas de varios burdeles en Jalisco y Guanajuato, implicadas en actos de corrupción (para mantener abiertos sus prostíbulos), trata de mujeres y asesinato. Luis Estrada incursiona en el mundo de las series con una historia conocida por todos los mexicanos, en donde el margen de error debería ser mínimo ya que nace de la gran narrativa de Ibargüengoitia. Aunque (y de nuevo me pongo pesimista) en esta serie volvemos a ver exacerbadas las situaciones y a los personajes.

El director nos muestra de nuevo que en su estilo está implícita la desmesura. Luis no se conforma con decirnos que las chicas en cuestión son prostitutas, nos lo embarra en la cara, en repetidas escenas sexuales, sin tapujo alguno. Y no en una, sino en muchas ocasiones hasta el hartazgo. E inclusive, por poner un ejemplo estético, en el maquillaje de Arcángela Baladro (Arcelia Ramírez) podemos notar su necesidad por dicha exageración, lo cual vuelve algunos de los argumentos inverosímiles.

Pero vayamos a lo bueno. Cada capítulo de Las Muertas transcurre con una serie de eventos que empeoran la situación más y más. De vez en vez nos regalan una pizca de esperanza, pero rápidamente se esfuma conforme avanzamos hacia un destino totalmente incierto. Es decir, si algo caracteriza positivamente a esta serie, es su capacidad de sorprendernos.

Nada es predecible y todo podría tomar un rumbo inesperado. Ejemplo de ello es cuando las hermanas Baladro están en la cima del éxito, contando ya con tres burdeles y la aceptación de grandes personalidades políticas y sociales, pero por una penosa situación con el licenciado Sanabria, Secretario de Gobernación, interpretado por Rodrigo Murray, quien al emborracharse en uno los prostíbulos exhibe accidentalmente su faceta homosexual; lleno de vergüenza y arrepentimiento, decide no seguir apoyando a las hermanas. A partir de este momento comienza la desgracia para ellas, obligándolas a cerrar sus changarros.

Considerando que esta versión es la adaptación de un libro y ese libro está inspirado en un hecho real, pues creo que esa trazabilidad es fiel a su origen y respeta los aspectos fundamentales de la historia en sí. Pero incluso aunque la versión del libro no fuera tan cercana a la de la serie, no habría problema alguno. Así como la literatura es un arte libre, el cine o las series también lo son, por lo que yo no veo con malos ojos que Estrada se haya tomado ciertas libertades para plasmarle su sello de identidad a la trama.

La cuestión es que este director dejó su marca en otros aspectos que no abonan a la narrativa, como valores de producción (increíbles por cierto) efectistas, actuaciones también efectistas, y aquí me detengo un poco. La interpretación de Arcelia Ramírez es espectacular, así mismo la de Mauricio Isaac quien personifica a la Calavera, la fiel cuidadora de los intereses de las hermanas Baladro.

A pesar de todas mis críticas, no puedo negar que la serie me atrapó ya que cuenta con una atmósfera única, extraña, atemporal y difícil de descifrar. Lo que al principio trastoca la insensatez, poco a poco termina por cobrar un sentido e incita al espectador a ser parte de este entorno lúgubre y desesperanzador. Nos volvemos parte de la historia. Esa es precisamente una de las mayores virtudes de Estrada, su capacidad de mostrarnos su mundo propio (uno casi onírico y circense) y meternos en el interior de su cabeza, aprisionándonos hasta dejarnos secos, cansados de tantas penurias.

En su libro autobiográfico “Mi Último Suspiro”, el mayor precursor del surrealismo en el cine, el español Luis Buñuel, menciona que odiaba a los mexicanos (aunque estuvo 30 años en este país) ya que los actores movían mucho las cejas, es decir, sobreactuaban. Esa sencilla frase engloba en gran medida lo que quiero expresar: que no es necesario gritar fuerte, follar fuerte (uso este término para no ofender susceptibilidades), reír a carcajadas (a menos que la situación lo amerite) para hacernos vibrar como espectadores.

A veces la sutileza es más poderosa que lo evidente, casi siempre lo invisible contiene más información que lo visible. Y Luis, en su larga trayectoria como cineasta, nos ha demostrado que para él el cine es como un pastel de quinceañera, que entre más adornos tenga, más lucidor será. Todo es cuestión de estilos.

Luis Estrada no tiene solución y nunca va a cambiar, lo tenemos más que comprobado, pero al final de cuentas ¿quién soy yo para criticar a un gran maestro del séptimo arte?, pues solamente un espectador que dice lo que piensa, y lo digo de nuevo, el cine o en este caso las series así como la comida, son cuestión de gustos, así que más allá de mis impresiones personales, los invito a ver Las Muertas, que aunque peca de una sobresaturación de elementos en todos los sentidos (irremediable condición del director), no deja de ser interesante y sobre todo nos muestra un México de 1940 miserable en ese entonces y que tristemente sigue siendo miserable actualmente.

Las historias se repiten, pero el idealismo utópico siempre mantendrá una pequeña llama encendida. Sigamos soñando.

Espacio Solaris es un espacio de exhibición cinematográfica independiente, alternativo e incluyente ubicado en el corazón de la ciudad de Morelia. También es el hogar del podcast Butaca 39 y de la Muestra de Cortometraje Contemporáneo 5C.

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