Erandi Avalos, colaboradora La Voz de Michoacán Pasó más de una década desde mi última visita a Janitzio, a pesar de vivir muy cerca de los dos muelles donde zarpan las lanchas de Pátzcuaro hacia la isla: el Muelle General (con mejoras notables desde el último escándalo mediático sobre el deterioro del lago) y el Muelle San Pedrito, más pequeño pero de mayor encanto. Con la improvisada visita guiada hacia la isla, temía decepcionar a mi amigo, visitante de un país lejano, porque en mis recuerdos Janitzio era un lugar con mucha basura, niños pidiendo dinero por doquier y turistas beodos. Pero la experiencia me sorprendió más a mí que a él, porque desde que zarpamos en mi tocaya, la lancha “Erandi”, todo fluyó bastante bien y hasta el cielo encapotado nos regaló una llovizna ligera y no un tormentón. No podía faltar el conjunto musical en la lancha. Tocaron varias canciones populares que se mezclaron con las conversaciones en francés, inglés, español y p´urhépecha durante la media hora del recorrido. Había turistas nacionales y extranjeros a pesar de no ser fin de semana. Lo confieso: sentí emoción al ver cómo al acercarnos, crecía la figura del héroe nacional José María Morelos y Pavón. Recordé la canción independentista que dice: Rema, nanita, rema y rema y vamos remando, ya los gachupines vienen y los vamos alcanzando. Por un cabo doy dos reales, por un sargento un doblón, por mi General Morelos doy todo mi corazón. Me sentí orgullosa de que Morelos haya nacido en Michoacán, pero de inmediato me llegó la tristeza de ver tanta injusticia y caos en la actualidad. Se me apachurró el corazón, ese que le prometí a Morelos segundos antes. Supongo que él entendería mi pesar. Llegamos. Todo limpio y bonito. Los callejones empedrados del corredor principal son como un escenario “a modo” para los turistas y su subida es pronunciada. Pone a prueba la condición física del visitante, pero “al pasito” cualquiera puede subir. Observamos los recuerdos que venden, la mayoría de manufactura industrial y las pocas artesanías, escondidas entre cientos de tarros y tazas con motivos más allá de lo erótico, no son de lo mejor de la región. Mi amigo se sorprendió al encontrar que incluso venden réplicas chinas de la Torre Eiffel. Bromea con llevarlas como souvenir a sus amigos en Francia. Janitzio comenzó muy lentamente a ser un sitio turístico a principios de la década de los 50. Antes fue una isla con pocos habitantes y sin una tradición artesanal local, a diferencia de otras comunidades de la región, ya que su vocación original era la pesca. Unas calles antes o después, uno entra en el “otro Janitzio”, que se antoja más auténtico, más complejo y que conduce, entre la apiñada arquitectura, a miradores que regalan una vista privilegiada. La tirolesa es tema aparte. Para valientes no cardíacos: hay que anotarlo en la lista de cosas por hacer antes de morir. En la taquilla para entrar a la explanada conversamos con algunos isleños amables y contentos de platicar sobre Janitzio. Entramos al restaurante “El Mirador”, de don Rosendo López, quien nació en 1936, el mismo año en el que el General Lázaro Cárdenas inauguró el 30 de septiembre, el monumento a José María Morelos y Pavón. Recuerda que cuando él era niño, todavía no vivía nadie en esa parte alta de la isla; los pocos habitantes vivían en las orillas. Le tocó la grabación de la película Maclovia y haber visto “de lejos” al Indio Fernández, a María Félix y a Pedro Armendáriz. Dice que después del estreno de la película, en 1948, “empezó a venir más gente”. Con la altísima música de corridos de fondo me era difícil escucharlo, pero alcancé a grabar cómo platicaba otro acontecimiento importante: “Por esas fechas, nos mandaron también a unos ‘crefales’ de allá de Centroamérica, que nos daban clases y enseñaron a leer a mucha gente”. Si supiera que el CREFAL ya no existe, pensé. “Fue Lázaro Cárdenas, el mejor presidente que hemos tenido, el que mandó construir este monumento”, dice. Un grande rindiendo homenaje a otro grande. Por eso le puse Lázaro a mi hijo, por mi deseo de que México tenga otra vez a un gran presidente como fue Cárdenas. Antes, para cruzar el Lago de Pátzcuaro se usaban las canoas tépari, grandes ytalladas antaño en una pieza con troncos de pino o abeto. También había unas más pequeñas, las icharuta. “Del Hotel Concordia traían en esas canoas a turistas, ida y vuelta, y así también venía don Lázaro Cárdenas”, continuó emocionado don Rosendo. “Luego, un hijo de uno de aquí se fue a estudiar a Monterrey y cuando regresó hizo una lancha de motor y comenzó a traer a más gente de paseo”. La luz de la tarde y los nubarrones, ahora lejanos, enmarcaban un paisaje idílico. Por cierto, no vi a los “pescadores” haciendo el espectáculo con sus canoas y redes tipo mariposa, ¿todavía lo harán? Es muy bonito. Pagamos la módica cuota de entrada al monumento. Pregunté si tienen algún folleto informativo. No tenían. ¿Cómo es posible que no viniera yo antes a ver estos murales? Estando tan cerca, qué bruta. Son excelentes. Claro, Lázaro Cárdenas impulsó la obra. ¿Quién más? El único. Bueno, casi el único. Pero sí el mejor, eso sí. El visionario. Lástima que no todo sea heredable. En fin. El monumento, originalmente lo pensó para el Cerro del Sandío, en San Jerónimo Purenchécuaro, pero Janitzio ganó esa jugada. Cárdenas eligió al escultor formado en la Academia de San Carlos, Guillermo Ruiz, quien destacó por su estilo sobrio y monumental, orientado hacia el nacionalismo posrevolucionario. Estuvieron con él en esta obra Juan Cruz Reyes y Juan Tirado Valle, y la construcción, que podemos imaginar fue toda una proeza al ubicarse en la cima de esta isla de origen volcánico, estuvo a cargo del capitán Antonio Rojas García y su 22º regimiento de caballería, además de ingenieros militares. ¿Quién más habría podido con esta tarea titánica? En 1933 comenzó la obra, que mide 40 metros y desde la base 47 metros. La estructura de concreto armado se adapta a la forma y los revestimientos de cantera fueron tallados para dar forma: el caudillo insurgente con el brazo derecho en alto y el izquierdo apoyado en una espada. El interior de la escultura es un museo: sus muros están recubiertos por murales de Ramón Alva de la Canal, artista multidisciplinario, educador y uno de los pioneros del muralismo mexicano. Se formó también en la Academia de San Carlos y en la Escuela de Pintura al Aire Libre de Santa Anita. Fue parte del Sindicato de Pintores convocado por José Vasconcelos desde la nueva Secretaría de Educación Pública. ¡Ay! me lamento, ¿cuándo volverá México a vivir tiempos de gloria? En un recorrido en espiral ascendente, Ramón Alva de la Canal narra la vida de José María Morelos y su importancia en la Guerra de Independencia. Escenas de batalla, conspiraciones y proclamas se despliegan a lo largo de una espiral que acompaña al visitante desde la base hasta el mirador de la mano en alto. Con trazos enérgicos y paleta variada de colores intensos, plasma momentos clave de héroe. Este fue el proyecto más importante de su carrera. En cinco años estudió la biografía de Morelos, diseñó los 56 paneles y el andamiaje para pintarlos, y experimentó con diversas técnicas pictóricas hasta decidirse por la encáustica y el fresco. La narración visual es dramática, llena de detalles y cada panel tiene excelentes composiciones. La conspiración de Valladolid, el abrazo con Miguel Hidalgo entre Charo e Indaparapeo, la lucha armada, el Congreso de Chilpancingo y las demás escenas son todas clave para que cualquiera entienda la extraordinaria vida que tuvo este extraordinario hombre. Confesaré que mi irracional acrofobia (miedo a las alturas) me impidió llegar hasta lo más alto del mural. Regresaré a vencerla porque estos murales y la vista que promete la ventana que se encuentra en lo alto del puño del Siervo de la Nación, lo valen. Hay que mencionar que es importante gestionar una restauración de los murales. Cuesta creer que los visitantes los rayen, pero así es. Hay áreas con daños severos que requieren intervención urgente. Aún con esto, hoy, casi un siglo después de su inauguración, la escultura de Morelos y los murales que la habitan conservan intacto su poder simbólico y estético. Ya no vi basura ni borrachos. A mi amigo le llamó la atención que un grupo de niños estuviera limpiando las escaleras de la base del monumento. “Es que los michoacanos somos muy unidos y organizados”, dije sospechando que estaba exagerando un poco. Me dio mucho gusto ver que la gente en Janitzio procura mantener bien su isla, aunque me dolió ver que cada vez hay menos arquitectura vernácula. Ojalá que consideren ofrecer artesanía y arte popular de calidad, y no lo que venden ahora que no está a la altura del legado que tienen en sus manos. Regresamos en otra lancha, ya sin músicos. Mi amigo quedó satisfecho con el paseo y elogió los murales y el monumento. Yo me sentí otra vez orgullosa de mi tierra. Comimos corundas muy ricas porque no encontramos pescado blanco ni atole, eso sí: refresco había para llenar el lago. Quienes no hayan ido nunca o tengan muchos años sin regresar, vayan. Es barato, bonito y es parte de nosotros. Janitzio es todavía un tesoro. Hay que cuidarlo aún más. Eso sí, ahí el General Morelos, vigilante, debe sufrir mucho. Es de piedra y pinceladas. Ya no puede cruzar el lago y cabalgar hasta capturar y fusilar a los tiranos contemporáneos. Pero no hace falta. Hoy el caudillismo se ha transformado en conciencia colectiva. Nos toca a nosotros, a todos, lograr los cambios que se necesitan y no será fusilando a nadie sino a través del despertar de la conciencia. Erandi Avalos, historiadora del arte y curadora independiente con un enfoque glocal e inclusivo. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Sección México y curadora de la iniciativa holandesa-mexicana “La Pureza del Arte”. erandiavalos.curadora@gmail.com