Gustavo Ogarrio José María Napoleón, cantautor de baladas románticas, concluye su carrera con un repertorio del adiós que le imprime a sus conciertos la atmosfera del final feliz esperado. “Pajarillo” o la idealización “juvenil” de la prostitución en tiempos del Estado benefactor, es decir, previa al crecimiento criminal y masificado de la trata de personas. “Hombre”: canción paradigmática que prefigura la entrada en escena de las ideologías contemporáneas de la “superación personal”; un manual de frases que ayudan a enfrentar el oleaje de la vida a los que les es inducido el sentimiento de hacer de la existencia una morada y no una tumba anticipada, todo esto en la órbita de la monogamia y de la negación casi religiosa de excesos como el alcoholismo y las adicciones. “Eres”: candorosa expresión que raya en la cotidianidad idealizada del amor hombre-mujer, como mandan los cánones emocionales del nacionalismo benefactor; ternura y cursilería que se bañan en la misma “agua clara” del sentimentalismo. “Vive”: una canción ideal para la redención contemporánea; un cuasi himno de la balada que hace lo suyo para generar la atmosfera última de una trayectoria que se quiere la suma de la felicidad en los márgenes del capitalismo explotador y que, sin proponérselo, es también una aceptación de la precariedad benefactora que padecen las clases más vulnerables en términos económicos: “Abre tus brazos fuertes a la vida, / no dejes nada a la deriva / del cielo nada te caerá. / Trata de ser feliz con lo que tienes, / vive la vida intensamente, / luchando lo conseguirás”. Sin embargo, todas y todos sabemos, de alguna manera, que la balada romántica es también una ilusión de lo que no tiene solución: la tragedia a veces invisible de estar vivos en la transición de una sociedad benefactora a una vida acorralada por la extrema mercantilización neoliberal de los sentimientos.