La ciudad de Morelia enfrenta una de las temporadas más críticas en cuanto a incendios forestales se refiere. De acuerdo con registros del Sistema Nacional de Información de la Calidad del Aire (SINAICA), durante la tercera semana de abril, las estaciones de monitoreo en Morelia registraron concentraciones de partículas PM2.5 por encima de los 70 microgramos por metro cúbico. Este nivel, considerado “malo” en la escala del Índice de Aire y Salud, representa un riesgo alto para la salud de la población, en particular para niños, adultos mayores y personas con enfermedades respiratorias o cardiovasculares. Estas partículas finas, invisibles al ojo humano, son capaces de penetrar profundamente en los pulmones e incluso llegar al torrente sanguíneo. El origen de esta nube tóxica son los incendios forestales que azotan las zonas circundantes de Morelia. Al día 24 de abril se tienen contabilizados 56 incendios que han afectado una superficie de 1, 217.87 hectáreas, la mayoría de ellos en áreas como el Cerro del Quinceo, la Loma de Santa María, Cerro del Águila y decenas de puntos de pastizales alrededor de la ciudad. Lo más preocupante es que varios de estos incendios podrían haber sido provocados por la tradicional quema agrícola, pero también para cambiar el uso de suelo. La mayoría de los incendios son provocados con intención de desestabilizar y generar percepción de caos e incertidumbre, en este sentido, es claro que el recurrente incendio en La Loma, en Altozano, se debe a esta situación. Organizaciones como el colectivo “Dale Vida Morelia” y grupos de brigadistas voluntarios han alzado la voz ante la falta de vigilancia, denunciando que muchas de las zonas afectadas son también Áreas Naturales Protegidas municipales. El llamado es claro: se necesita aplicar la ley con todo el peso posible para evitar que se normalice la destrucción de nuestros pulmones. Cada hectárea incendiada significa la pérdida de árboles, suelo fértil, refugios para fauna, ciclos hídricos interrumpidos y una mayor vulnerabilidad ante fenómenos climáticos extremos. Morelia, como muchas otras ciudades intermedias del país, vive entre la tensión del crecimiento urbano y la conservación ambiental. Y en esa frontera, los incendios forestales han encendido una señal de alarma. Además, el carbono liberado por la combustión de vegetación incrementa la presencia de gases de efecto invernadero en la atmósfera, acelerando así el cambio climático global. Es una cadena de retroalimentación perversa: más incendios, más gases, más calor, más sequía, más incendios. El Ayuntamiento de Morelia ha desplegado brigadas de respuesta inmediata con apoyo de la Comisión Forestal del Estado de Michoacán (COFOM), Bomberos Morelia y Protección Civil, pero los recursos siguen siendo limitados frente a la magnitud del reto. Como parte de las acciones preventivas, el Ayuntamiento de Morelia ha comenzado a impulsar mecanismos de vigilancia conjunta en las Áreas Naturales Protegidas (ANP) del municipio. Esta estrategia incluye la colaboración de inspectores municipales, guardabosques comunitarios y elementos de seguridad pública, con el objetivo de disuadir la presencia de personas que pretendan iniciar incendios con fines ilícitos, así como atender de manera oportuna cualquier conato que se detecte. La vigilancia continua y la participación comunitaria son fundamentales para proteger estos espacios vitales para la ciudad. Sin embargo, especialistas coinciden en que no basta con apagar incendios. Se requiere una política pública integral que priorice la prevención: reforestación, educación ambiental, vigilancia satelital, incentivos para la conservación y, sobre todo, sanciones ejemplares contra quienes lucran con el fuego. Morelia no puede permitirse normalizar la contaminación atmosférica provocada por los incendios. El derecho a respirar aire limpio es tan básico como el acceso al agua potable. En un contexto donde la salud pública está aún en recuperación tras la pandemia de COVID-19, enfrentar una nueva emergencia ambiental resulta inaceptable. Las autoridades tienen la responsabilidad de proteger nuestros bosques y nuestra salud. Pero también es momento de que la ciudadanía asuma su rol: no solo denunciar, sino también informarse, educar a los más jóvenes y cuidar los entornos naturales que todavía nos quedan. Cada árbol que arde, cada pulmón que sufre, nos recuerda que estamos ante una emergencia silenciosa. Que no caiga en el olvido.