Leopoldo González El problema de que a alguien se le entregue el poder sin realmente entregárselo, sólo para que lo custodie y lo administre sin poder ejercerlo, encierra una paradoja terrible: es tener todo y no tener nada a la vez; es vivir la condena de ser bulto en la cima del poder, sin capacidad para usar sus símbolos y tomar decisiones autónomas. Quien puso a la señora Sheinbaum como candidata presidencial de una cofradía de intereses, y luego hizo esfuerzos determinantes para asegurar su triunfo, supo que lo que quería no era dignidad, inteligencia ni patriotismo en el oficio de gobierno, sino disciplina y lealtad hasta la ignominia. Esta es la razón, quizás, de que no conozcamos todavía la verdadera estatura de la señora Sheinbaum en el poder, porque no la han dejado, o porque no ha podido o no ha querido mostrar de lo que es capaz. Ser reproductor de una narrativa y aceptar el rol de controlador de rebaños es una cosa; otra, muy distinta, es tener actitud y aptitud para ejercer el poder con visión, con responsabilidad y compromiso social. Con capital político propio, con un gabinete genuinamente capaz seleccionado por ella y un partido político haciendo mancuerna con la visión presidencial, la señora Sheinbaum tal vez gobernaría de forma distinta y daría resultados diferentes a los que ha dado hasta hoy. Lo cierto es que, mientras no supere la voluntad de subordinación que la ata a la sombra del Mesías y se afane en seguir las instrucciones de un guion que no escribió ella ni su equipo, Claudia Sheinbaum seguirá siendo hilo de continuidad, pieza justificativa y escudo de defensa de un proyecto que no tiene su sello ni su personalidad, y que a estas alturas es más lo que le quita en credibilidad e imagen que lo que le aporta. Encabezar un gobierno gris, plano y sin chiste, en un país que necesita un verdadero liderazgo para enfrentar los problemas internos y los desafíos externos, parece no importar mucho a la titular del Ejecutivo, pero esa indolencia pesa y es costosa para los sectores productivos y la sociedad mexicana. Un gobierno de bajo perfil en alguien que llegó al poder con un marketing de grandes palabras, con un sello de mujer impresionante y con credenciales de científica de altura, sólo para repetir las mismas fórmulas del gobierno fallido que le heredó la estafeta, puede ser leído en la historia de mañana como un fracaso triple: el de una mujer que no rompió con el patriarcado que la impuso; el de la científica que no entendió ni supo estar a la altura de su tiempo; el de un proyecto concebido para destruir y que no tuvo visión para construir algo que valiera la pena. Desde el inicio de su gestión, la señora Sheinbaum no ha podido forjar la imagen de un gobierno con sello científico y de mujer, porque ha consumido el tiempo en desempeñar funciones de remolque, ora arrastrando y a veces cargando a los espantajos y bultos del ayer. Tras el asesinato de Héctor Melesio Cuén y la entrega de Ismael “El Mayo” Zambada a EU, había razones de peso y de sobra para remover de la gubernatura de Sinaloa a Rubén Rocha Moya, el más impresentable de los gobernadores de Morena en el corredor del Pacífico. No se le reconvino a dejar el poder, entre otras cosas, por los pactos inconfesables del obradorismo con el principal eslabón del dinero sucio que haría a Morena ganar elecciones. Lo mismo ocurrió en esos días con Américo Villarreal, el tamaulipeco que tejió relaciones de privilegio con los dos cárteles más cercanos a la entidad. Lo que impidió su defenestración fue, quizá, su cercanía con Sergio Carmona, el rey del huachicol, y su participación en los tratupijes entre el poder político y el poder criminal del noroeste. Otros bultos de los que no pudo deshacerse a tiempo Claudia Sheinbaum, fue Cuitláhuac García y Cuauhtémoc Blanco, obligada a otorgarles el refugio de un cargo público y a blindarlos con el manto de impunidad del poder. Si no aportan decencia y materia gris a la tarea de gobierno, son a cambio bultos legitimadores del estilo partidista de gobernar de Morena. Adán Augusto López Hernández, puesto bajo la lupa por el caso Hernán Bermúdez Requena y sus vínculos con La Barredora, es otro de los bultos incómodos que le complican la existencia a la señora Sheinbaum. Los demás bultos se explican solos: son los viajeros premier y de lujo de Morena, entre ellos Mario Delgado y Andy el junior, cuya trayectoria ha cobrado cuerpo en función del patriarca, sin resultados plausibles y relevantes en los puestos públicos que han ocupado. Tal vez la señora Sheinbaum podría, si lo calcula bien, sacudir a tiempo las raíces y las ramas podridas del árbol del poder, para que su sitio en la historia no sea tan opaco y plano, sino realmente grande y meritorio. Pisapapeles A la grandeza histórica sólo están convocados los mejores. Los demás no caben ahí. leglezquin@yahoo.com