Leopoldo González Los proyectos políticos no son siempre lo limpios y pulcros que creen y dicen ser: los echan a perder la codicia, la ambición, el interés ilegítimo, el dinero sucio, el poder como enfermedad que desvía y corrompe las buenas intenciones. Morena quiso ser, tras su nacimiento en julio de 2014, un partido del pueblo decidido a impulsar una auténtica regeneración nacional. Frente al sarro y a las impurezas que han marcado, históricamente, la vida política nacional, el partido que dio forma a la 4T pretendió ser el biodetergente que acabaría con las estrías, las bacterias, los virus y la sarna que por siglos contaminaron la vida y el rostro de México. En especial, el objetivo del partido de la decencia y la pureza sería extirpar de raíz la corrupción burocrática, la impunidad del poder, el tráfico de influencias y acabar con la pobreza de los sumergidos sociales. Según las loqueras del dirigente y el fanatismo del chairo promedio, México viviría, con la llegada de la 4T al poder, una época de luz y de alegría y esperanza como no la hubo nunca jamás en toda la historia de México. El malo recibiría en carne viva el castigo que merece y el bueno sería casi evangélicamente ensalzado, como premio a su infinita bondad y a su nobleza. Con la 4T en el poder, la mugre pública desaparecería casi por decreto y los cielos rugirían de gozo con los trinos y fanfarrias de una patria popular puesta -al fin- en orden y de pie. Sin embargo, algo muy grave debe haber ocurrido en el camino de las buenas intenciones, para que Morena y la 4T dejaran de ser el brazo político de los pobres y de los decentes en el poder, para convertirse en el brazo político de algo incalificable y que no merece nuestro perdón como sociedad. Algo, algo debió haber sucedido en el camino al poder, que transformó a la 4T en carne conceptual de la triste y desolada metáfora de Joan Manuel Serrat: “Hoy somos todo aquello contra lo que luchábamos a los 20 años”. Y no sólo eso, sino algo mucho peor que aquello. El expresidente que iba a ser ejemplar en todo: que llegaría al poder con las uñas cortas; que no permitiría el amasiato entre el poder y los negocios; que viviría con magros y austeros 200 pesos en la bolsa y no empoderaría a células y grupos criminales, hoy vive huyendo de los karmas que su gobierno detonó y escondiéndose de los chakras delincuenciales que lo asocian con su sombra. Los gobernadores de Morena asociados con el “malamén”, el huachicol y el dinero sucio no son un pan de Dios: parecen personajes ideales del séptimo círculo del Infierno, a donde Dante Alighieri enviaba a los que con violencia destruían y dañaban la vida y el patrimonio de la gente de bien. En el México de otros ayeres, personajes como Rubén Rocha Moya y Américo Villarreal, por sólo mencionar dos nombres, ya habrían sido depuestos del poder mediante juicio político y vinculados a proceso judicial, como le ocurrió a Mario Villanueva Madrid y al químico Granier, ambos de Quintana Roo y Tabasco. El del señor Adán Augusto López Hernández, exgobernador de Tabasco, jefe y cómplice del líder criminal Hernán Bermúdez Requena, cuñado de Rutilio Escandón (hoy cónsul en Miami) y cómplice -más que amigo y “hermano”- de López Obrador, es un caso de hamponidad similar al de los morenistas que están al frente de Sinaloa y Tamaulipas: no llegó la decencia y la pureza de dientes para afuera al poder, sino el más descarado rostro del crimen organizado al ejercicio del gobierno, donde hicieron bulto y tumulto el narcotráfico, la delincuencia de cuello blanco, el tráfico de combustibles, el lavado de dinero, la prostitución del poder público y más, ante la mirada complaciente de Morena y Palacio Nacional. Todo lo que en términos de sarro y cochinero vive hoy la 4T, evidentemente choca con las buenas intenciones (suponiendo que las hubiera) de su carta de fundación, y con lo que algunos mexicanos llegaron a creer que era, ni más ni menos, la esperanza más limpia y radiante de México. Muchos, quizá millones en México, ya despertaron a la idea de que en realidad se trata de una gran estafa, porque los sueños y las buenas intenciones que dieron forma y origen a la 4T se están desintegrando y están en crisis. No se puede dar paso a una verdadera regeneración nacional, cuando quienes la convocan y la guían trazan a diario la ruta de una auténtica degeneración nacional. Al paso que va, la 4T puede no gobernar a México 80 años, sino a lo mucho, y a duras penas, unos 10 o 12 años. Pisapapeles El poder vitalicio y la presidencia perpetua no existen: lo supieron muy bien Polibio, Gracián y Quevedo, que fueron intelectuales del poder y consejeros de gobernantes. leglezquin@yahoo.com