MIRADOR | Cumpleaños

El pianista Ricardo Gonzaga dará su último concierto. Está más nervioso que nunca, le preocupa que los dedos se le acalambren.

Saúl Juárez

Hoy es el día, el pianista Ricardo Gonzaga dará su último concierto. Está más nervioso que nunca, le preocupa que los dedos se le acalambren como ya le ocurrió el año pasado.

PUBLICIDAD

   Por el momento está en la cafetería y escribe en su libreta: “La vejez se valora más de la cuenta: sabios no somos, prudentes menos y tampoco bondadosos. La vejez es igual de tormentosa que la juventud, sólo que sin novias”.

   El pianista continúa: “Hoy me retiro de la música, cumplo 80 años y estoy seguro de que vivir ocho décadas carece de todo mérito, es un atrevimiento y nada más”.

   El maestro paga la cuenta y sube a su camerino para ponerse el frac. Lo que más desea en la vida es que Teresa Castillo asista al concierto. Conoció a la periodista  meses atrás y daría su vida por ella.

PUBLICIDAD

   El maestro Gonzaga repasa mentalmente el 2 de Beethoven, la obra con la que debutó en este mismo teatro. Mira su rostro en el espejo y luego escribe: “La vejez es tan pesada como el piano que me espera”.

   Entra al escenario y descubre a Teresa en la segunda fila. Se sienta en el banco del Steinway. La orquesta inicia, las manos del viejo no lo traicionan. El maestro vuela ligero a lo largo del concierto.

   La caravana que él hace al terminar es la más sincera de toda su carrera. Entre otras personas, Teresa va al camerino a felicitarlo y se va sin voltear atrás.

   Gonzaga tiene claro que por ella vendería su alma. Al quedarse solo escribe: “Es triste saber que ni siquiera al diablo le interesaría comprar el alma de alguien tan viejo”.

   Ya en su casa, el pianista vuelve a la libreta: “Hoy cumplo 80 años y no me importa abandonar el piano, lo que me atormenta es no poder estar con Teresa”.