Por: Yazmin Espinoza Autora imprescindible de la literatura infantil y juvenil en México, Verónica Murguía ha construido una obra profunda y luminosa a partir de la fantasía, la historia y los mitos. Ganadora del Premio Gran Angular y la Medalla Bellas Artes, su escritura es un viaje hacia lo antiguo, donde la belleza, la ética y la imaginación se entrelazan como formas de resistencia. En esta conversación durante su visita a Morelia en el marco de la Fiesta del Libro y la Rosa, Murguía habla sobre su conexión con el pasado, la vigencia del arte en tiempos de crisis, y la potencia de las nuevas voces femeninas en la literatura mexicana. También comparte anécdotas, lecturas y pasiones que iluminan su universo creativo. Foto: Víctor Ramírez Usted ha declarado su predilección por la literatura fantástica antigua. ¿Qué le atrae de esos mitos y cómo los convierte en materia prima para sus ficciones infantiles y juveniles? Mi acercamiento con la literatura antigua fue algo azaroso; no se debió a que yo fuera una niña particularmente lista ni nada. En el librero de mi abuela había libros de mitología y crónicas de las Cruzadas, y me quedaban justo enfrente, a mi altura. Yo era, además, una niña muy enfermiza: usaba un aparato ortopédico, cojeaba como Auliya un poco y, por supuesto, no era buena para los deportes. Entonces, la manera de hacerme de amigos y tener un mundo lleno fue leer. Solo sé ver el pasado. El otro día me preguntaban qué opinaba sobre que los chicos estén perdiendo habilidades deductivas por el uso de aplicaciones, y yo dije: “Bueno, es como en el Imperio Romano, ya en decadencia; los romanos pudientes contrataban esclavos griegos para que les dijeran qué pensar, cómo resolver los problemas existenciales, filosóficos, amorosos y prácticos de su vida... y el imperio se vino abajo”. Escribí una novela que se llama El cuarto jinete por el Covid, y cuando me preguntaban cómo pensaba que iba a ser el apocalipsis, yo les decía que ya fue. Siento que tengo una conexión con el pasado; se me hace más sencillo pensar literariamente desde lo antiguo. Obras suyas como “Auliya” han sido recientemente reeditadas. ¿Qué le ha sorprendido más de esta “nueva vida” de sus historias? Me dieron la oportunidad de releerla. Auliya se tradujo al ruso antes de la invasión a Ucrania, lo cual me quitó toda la ilusión: no fui a Moscú ni nada. Pero me ofrecieron hacer ajustes al texto y, al releerlo, no sentí que los necesitara. En cambio, con El fuego verde, que se reeditó en España, sí hice una revisión completa: le di una paliza. Cada libro tiene su relación con el autor. A Auliya no le quité ni le puse nada, porque así es su historia, así es ella. Al recibir la Medalla Bellas Artes, aseguró: “El arte no solo es necesario, es, quizás, la única forma de perdurar que ha encontrado el hombre”. Frente las crisis actuales, ¿cómo entiende ese poder perdurable del arte? Cuando hablé en Bellas Artes tenía en mente los murales de Altamira y de Atapuerca, que son anteriores a la escritura. No había excedente de producción. Esto de que el arte es un lujo me parece incorrecto, porque la gente en los lugares más pobres, en México, en África o en Asia, hace arte en sus comunidades. Solo las más deshumanizadas carecen de arte, y por eso están condenadas al olvido. Creo que el arte es una necesidad espiritual, y la belleza también lo es. Cuando veo documentales sobre pobreza en la India y veo a esas mujeres tan adornadas, siempre me rompen el esquema. Uno tiende a asociar la pobreza con algo lastimero, pero esas mujeres, que van a recoger leña a las tres de la mañana con el zāri perfectamente amarrado, muestran que la belleza es vital. Somos animales que necesitamos la belleza. Las aves hacen nidos hermosos, se acicalan, bailan. Esto está en lo profundo de nuestras células: la necesidad de armonía, de transformar la conciencia en arte. En los últimos años han emergido numerosas voces femeninas en la literatura mexicana. ¿Qué autoras contemporáneas la inspiran actualmente? Tengo muchas. Algunas son mis amigas y me encanta cómo escriben, porque proponen algo que es, en cierta medida, derrotar la violencia. Están Jazmina Barrera, Andrea Chapela, Gabriela Damián: gente que está luchando. También hay autoras que abordan la violencia, lo que nos sucede, pero yo estoy cansada de eso. Con el periódico ya tengo más que suficiente; siento que predomina la narrativa de la violencia y que, de alguna manera, le estamos haciendo “el caldo gordo”. Hay muchas narradoras con propuestas distintas. Olivia Teroba me tiene fascinada. Plantean temas que en mi generación ni se nos ocurría abordar, y lo hacen desde la escritura. Hay una profesionalización en ellas que me entusiasma; en muchos aspectos de la vida son mis maestras y, por supuesto, me da gran alegría que sean mis colegas. SUS FAVORITOS ¿Qué libro está leyendo en este momento? La antigua Grecia contra la violencia. ¿Cuál es ese libro que relee una y otra vez? Memorias de Adriano. ¿A qué autor o autora mexicana recomienda siempre? De los autores clásicos a Juan José Arreola, David Huerta, José Gorostiza y Ramón López Velarde. ¿Tiene algún ritual o costumbre antes de sentarse a escribir? Solo tomar café. ¿Qué palabra en español le parece mágica? Tinta. TOMA NOTA: Verónica Murguía es escritora, traductora, columnista y también profesora de literatura. Estudió Historia en la UNAM y fue conductora del programa de radio “Desde acá los chilangos”. Participante de un programa de apoyo a niños de comunidades indígenas de Oaxaca, Yucatán y Sonora. Articulista de: Etcétera, Laberinto Urbano, La Jornada Semanal y Letras Libres. Su novela Auliya ha sido traducida al alemán y portugués. La Fiesta del Libro y la Rosa Michoacán 2025 le rindió un homenaje por fomentar la lectura en las infancias que comienzan a adentrarse al mundo de las letras.